Sobrevivientes

Cien días sin su casa

El departamento que Pablo Cevallos tenía en la ciudadela Los Tamarindos de Portoviejo quedó muy destruido con el terremoto.

Las paredes tienen grietas y el concreto está desprendido. El edificio multibloques donde estaba fue declarado en riesgo inminente, por lo que es prohibido ingresar y esperan su demolición.

Ante eso Cevallos, desde que pasó el sismo, vive en una carpa que fue colocada en un extenso patio, donde no corre riesgos.

Señala que extraña su vivienda, y no es para menos: esta tenía 12x7 metros, tres cuartos, piso de cerámica y mejoras que había realizado durante varios años, pero todo eso cambió y ahora duerme en un colchón en el suelo; sin embargo señala que el cuerpo ya se acostumbró al ajetreo.

“El hombre es un animal de costumbres y ya me adapté”, indica entre contento y conforme, a la espera de que llegue una de las casas prometidas.

Cien días viviendo en el albergue

Ayudar a la preparación de los alimentos para cerca de mil personas y cantar como si estuviera en un escenario son cosas que le ayudan a distraerse a Lucía Moreno, quien hoy cumple cien días viviendo en el gran albergue en que se convirtió el aeropuerto Reales Tamarindos de Portoviejo.

La joven, quien es cantante y madre de un niño de cuatro años, vive por ahora en una carpa blanca, donde también ingresa su madre, luego de que perdieron su casa en la calle Alajuela entre García Moreno y avenida Manabí.

Señala que lo malo del lugar es lo caliente que se pone con el mínimo sol. El asfalto de lo que fue la pista de aterrizaje y donde están colocadas las carpas genera un calor intenso que hace sudar más que testigo falso, sin embargo Lucía sigue allí resistiendo hasta que exista la posibilidad de conseguir una nueva casa y regresar a su vida habitual.

Cien días sin poder caminar

Rubén Montesdeoca sabe que está vivo de milagro. El terremoto aún lo tiene sin poder caminar, pero es consciente de que la situación pudo ser peor.

Este conocido personaje de Calceta en el cantón Bolívar, de 45 años, estaba en la planta baja de su casa junto a su familia en el centro de Calceta cuando empezó el sismo, las dos losas de la vivienda cayeron donde ellos estaban y a él un gran pedazo de concreto lo dejó aprisionado, le rompió la pelvis y afectó las rodillas.

Por la complejidad de su caso fue derivado a varios hospitales dentro y fuera de Manabí.

Fue sometido a intensos tratamientos y ahora su recuperación avanza a buenos pasos, por lo que debe permanecer en una silla de ruedas que se ha convertido en el vehículo que lo traslada por los sectores aledaños a su casa.

Señala que cien días después ya extraña volver a caminar y se desespera estando casi todo el día sentado.

Dice que en su caso se siente más porque siempre fue muy activo, era un deportista que gustaba mucho del básquet, era disc jockey y trabajador del hospital civil, mientras que ahora debe ver la vida desde una silla de ruedas.

Cien días sin trabajo

Antes del terremoto a Graciela Valencia le iba bien.

Esta enfermera había colocado carpeta en varias clínicas de la ciudad para trabajar, pero mientras le saliera una oferta en el área de la salud tenía un local de venta de bocaditos en Portoviejo.

El negocio iba tan bien que generaba hasta 50 dólares al día, pues las empanadas, corviches, gatos encerrados y más eran deleitados por ávidos comensales, por eso ante el buen momento económico realizó un préstamo para agrandar el negocio.

Tenía que pagar 20 dólares diarios por el crédito, lo cual podía cumplir hasta que llegó el terremoto.

Ahora Graciela se quedó sin casa y sin su local de ventas y además con una deuda que no puede pagar, ya que por ahora no genera ni un recurso y está a la espera de una posibilidad de trabajo en alguna clínica u hospital para salir del mal momento.

Desde el terremoto no trabaja, se lamenta.

Su número es 0990165506.

Cien días viviendo en una carpita

La vida de Carlos Palma, su esposa Nataly Zambrano y la pequeña Ami, de 8 años, transcurre en una carpa de 2x3 metros de extensión.

La frágil “casita” la colocaron en un terreno del parque Ciudadelas Unidas de Portoviejo Allí viven a raíz del terremoto, por suerte, dicen, encima de ellos hay un árbol de samán que les da sombra; sin embargo, para combatir el calor portovejense del mediodía ponen un ventilador al cual conectan en extensiones eléctricas que les proveen de energía.

Un colchón significa una cama para los tres.

Desde la carpa Carlos tiene una buena vista de todo el sector y afuera coloca dos sillas y hace de oficina para receptar cualquier trabajo que le ofrecen, pues si bien su profesión es la de sastre, que ejercía en el conocido local American Gentleman, ahora ante falta de local trabaja en lo que venga, menciona. “Lo importante es generar recursos para salir adelante”, dice mientras espera una llamada laboral afuera de la carpita.

Cien días sin contar con su bus

El pasado 16 de abril, el bus de la cooperativa de transporte Flavio Alfaro de propiedad de Luis Ibarra Chávez quedó bajo los escombros de un edificio que colapsó en la calle 7 de Agosto entre Vargas Torres y Alejo Lascano de Chone.

Ibarra Chávez manifiesta que su vehículo se destruyó en un 80 % y lo había adquirido unos tres meses antes del percance.

Asegura que para adquirirlo realizó un crédito, por el cual paga 1.300 dólares al mes. Por lo que recibe ayuda de su esposa, que trabaja como docente, para mantenerse y pagar sus deudas.

Explica que ha viajado hasta Portoviejo para ver si alguna entidad financiera lo ayuda, así mismo a las cooperativas, a BanEcuador, pero le han indicado que solo dan créditos productivos, más no para reparar vehículos.

Sostiene que gastará unos 14 mil dólares reparando su carro y que solo la cooperativa Flavio Alfaro le ha ofrecido alguna ayuda, por lo que tendrá que esperar hasta que ésta se haga realidad para trabajar nuevamente.